Brenda Camarillo
6:30 en punto y la fila para ingresar a la sala 6 de la Cineteca Nacional supera las 30 personas, una vez permitido el acceso el público se apresura para encontrar el lugar ideal y pacientemente espera la proyección de un trhiller que genera altas expectativas por su carga histórica.
Entre la audiencia abundan los adolescentes, también se observa la presencia de adultos, pero es una pareja de adultos mayores la que llama la atención por su andar lento y mirada cansada, que da la impresión de sentir una gran conexión con la historia de la cinta que están a punto de disfrutar.
La sala se oscurece y el filme da inicio, ningún otro sonido más que la voz de los protagonistas se escucha en el ambiente; toda la atención está dirigida a la pantalla. En las primeras escenas se aprecian elementos de la década de los 60, vestidos cortos y pantalones acampanados visten a los jóvenes actores que reviven a la comunidad estudiantil idealista y soñadora de aquella época.
Dentro de esa comunidad se encuentra Roberto Rentería, un chico egresado
de la Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM,que
trabaja en un estudio fotográfico del Centro de la Ciudad de México, aunque
su verdadero sueño es convertirse en un reconocido cineasta.
Mientras Roberto camina por las calles de la ciudad inesperadamente se
cruza con Diana, una linda preparatoriana que es perseguida por las
autoridades después de haber participado en un mítin estudiantil. Con este
encuentro el toque romántico que se hace presente parece ser del agrado del público.
Sin ningún aviso se desarrolla otra historia paralela a la de Roberto y Diana, de vuelta a la actualidad aparece Germán Acosta, un periodista que intenta descifrar el misterioso asesinato de una chica durante 1968, un caso que a pesar de los años no ha dejado más que dudas y secretos.
Acosta se aferra a las pistas que por una extraña razón, hasta ahora, mantienen una relación con el trabajo de Rentería. Huellas del pasado que guían la investigación del reportero aumentan el interés del auditorio y resultan en una atractiva mezcla de duda y suspenso.
Aunque parezca un poco confusa la relación de dos historias en diferentes épocas, los asistentes logran seguir el ritmo de la trama y conforme pasa el tiempo cada vez es más la intriga de llegar al fondo de los hechos.
El personaje de Diana es el que más conexión crea con la audiencia, en especial con los jóvenes. Durante el avance de la cinta la protagonista deja ver la rebeldía que la impulsa a manifestarse en contra de la represión, en especial, la represión a los jóvenes que se vivía en el 68. Su ímpetu revolucionario causa admiración entre los chavos que miran callados y atentos la película, las ganas de expresarse en contra de la injusticia son ahora el factor común que conecta al público con la historia.
Más de una hora ha transcurrido y es momento de revivir uno de los hechos históricos más significativos de la historia mexicana contemporánea, la violenta representación de la matanza estudiantil del dos de octubre de 1968, es el momento cúspide de la muestra; los rostros de la gente cambian, miradas fijas y penetrantes llenas de nerviosísimo y seriedad son ahora las reacciones que se observan alrededor.
El ruido de los disparos no sólo se escucha, también se siente, los gritos y los golpes que se exponen dan un acercamiento más real a todos aquellos que sólo conocen la historia por lo que han leído en libros o visto en videos. Son pocos en el recinto los que hacen comentarios, el resto sólo observa una masacre que aunque parezca ficticia fue la realidad de muchos jóvenes. Jóvenes como los que vinieron al cine esta tarde.
Tras un suspiro colectivo la historia sigue, ahora son menos las dudas y más las sorpresas. La investigación de Germán va dando las respuestas necesarias para clarificar los hechos, ya es entendible por qué Roberto es la clave para llegar a la verdad. Después de un final trágico, Diana vuelve a surgir en la historia, dando la sorpresa más grande de todas.
A pocos minutos de concluir, los ánimos en la sala no se sienten igual, las caras dejaron de ser serias y ahora son reflexivas. Unos cuantos no parecen muy satisfechos con las escenas de acción que por momentos carecían de credibilidad y otros más sólo dan la impresión de estar pensativos, como si estuvieran procesando lo que acaban de ver y al mismo tiempo, preguntándose cuántos secretos más guarda ese miércoles de octubre.
La luz encandila los ojos y lentamente se vacía la sala que segundos antes estaba repleta. Al exterior del salón la mayoría de los comentarios que se aprecian son referentes a la película, unas señoras reconocen el esfuerzo del director por mostrar al público joven lo que sucedió esa fecha y varios critican la actuación del elenco, para bien y para mal.
Lo que no se puede negar es el riesgo que toma el director Alfredo Gurrola al abarcar un tema tan polémico como lo es la matanza de Tlatelolco. A pesar de la dificultad que significa tratar un hecho del que se ha dicho mucho y al mismo tiempo mantiene muchos datos ocultos, Borrar de la memoria consigue mantener vivo el recuerdo de lo que sucedió el dos de octubre de 1968, un recuerdo que a 43 años aún no se olvida.